Por: Carmen Leonor Rivera-Lassén
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Temprano en la mañana del jueves, 17 de enero me tocó subir a la Calle de San Sebastián. Es la calle museo, la misma donde viviera y pintara José Campeche y por donde caminó muchas veces hacia el Convento de Santo Tomás. Llegué en compañía de la amiga de siempre, para buscar su espacio privilegiado de estacionamiento a la entrada de La Perla con vista a la Fosa del Atlántico y del paso de los delfines. Comenzaban a llegar las caravanas de guaguas de los artesanos, de las compañías de bebidas alcohólicas, los camiones del Municipio se acomodaban, se “plantaban” en las esquinas las patrullas del “Municipal Police” para ensayar cómo habrían de dirigir el tránsito en la tarde y noche. La Perla se despertaba y sobresalían los letreros de anuncios, allá abajo en la tierra cantada de Calle 13.
Llegaba a ayudar a montar una exhibición con recuerdos, retratos y documentos de la última de las grandes damas del Viejo San Juan, doña Rafaela Balladares. Mi amiga se había convertido en curadora, como dijera el otro amigo. Seleccionó objetos que al tocarlos transmitían la energía de aquella mujer menuda y de pelo blanco con la que lamento pude compartir poco. Recordé que estos años pasados fueron de pérdidas, primero Herminio Rodríguez, el arqueólogo devoto de Santiaguito, luego don Ricardo Alegría y mi papá, Eladio Rivera Quiñones. Esa gente, entre todos se llevaron mucho conocimiento y el deseo genuino de proteger y ensalzar la cultura puertorriqueña, allí por las calles del Viejo San Juan. Libraron una lucha gigantesca por la puertorriqueñidad, desde la humildad.
Ya en el tope de la cuesta de la Calle del Cristo, comencé a ver las razones para este fajazo cultural, en honor a las fiestas que se celebran en la Calle de San Sebastián.
Vaya el fajazo cultural a:
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Temprano en la mañana del jueves, 17 de enero me tocó subir a la Calle de San Sebastián. Es la calle museo, la misma donde viviera y pintara José Campeche y por donde caminó muchas veces hacia el Convento de Santo Tomás. Llegué en compañía de la amiga de siempre, para buscar su espacio privilegiado de estacionamiento a la entrada de La Perla con vista a la Fosa del Atlántico y del paso de los delfines. Comenzaban a llegar las caravanas de guaguas de los artesanos, de las compañías de bebidas alcohólicas, los camiones del Municipio se acomodaban, se “plantaban” en las esquinas las patrullas del “Municipal Police” para ensayar cómo habrían de dirigir el tránsito en la tarde y noche. La Perla se despertaba y sobresalían los letreros de anuncios, allá abajo en la tierra cantada de Calle 13.
Llegaba a ayudar a montar una exhibición con recuerdos, retratos y documentos de la última de las grandes damas del Viejo San Juan, doña Rafaela Balladares. Mi amiga se había convertido en curadora, como dijera el otro amigo. Seleccionó objetos que al tocarlos transmitían la energía de aquella mujer menuda y de pelo blanco con la que lamento pude compartir poco. Recordé que estos años pasados fueron de pérdidas, primero Herminio Rodríguez, el arqueólogo devoto de Santiaguito, luego don Ricardo Alegría y mi papá, Eladio Rivera Quiñones. Esa gente, entre todos se llevaron mucho conocimiento y el deseo genuino de proteger y ensalzar la cultura puertorriqueña, allí por las calles del Viejo San Juan. Libraron una lucha gigantesca por la puertorriqueñidad, desde la humildad.
Ya en el tope de la cuesta de la Calle del Cristo, comencé a ver las razones para este fajazo cultural, en honor a las fiestas que se celebran en la Calle de San Sebastián.
Vaya el fajazo cultural a:
- el Instituto de Cultura Puertorriqueña, a sus directivos y su Junta por el abandono en el que tienen al patrimonio edificado de la calle. Ese abandono es más evidente en las condiciones de deterioro en que está la Casa de los Contrafuertes, de donde hace varios años, sacaron al último de los museos que allí se albergó. Sus balcones están en el piso, se ha perdido el mobiliario que había y sus espacios se han convertido en estudios privados de dos artistas gráficos.
- todos los que decidieron que el menú de estas fiestas debió ser frituras y más frituras. Los kioscos colocados en las calles cerraban el paso con sus olores de aceite, desde muy temprano.
- la promoción desmedida de las bebidas alcohólicas como manera de celebrar y disfrutar las Fiestas.
- la Policía Estatal y la Municipal por cerrar desde las primeras horas, el acceso al islote de San Juan de manera disparatada, con vallas de cemento. Ensayaban cómo correrían el “show” en la noche y montaron el tapón bien pero que bien temprano.
- los diseñadores, artistas gráficos y agencias de publicidad por no incluir en los carteles y afiches, el baile de la danza. Muestra desconocimiento de una de las actividades tradicionales de las Fiestas, el baile de época.
- las compañías de bebidas alcohólicas participantes, por la proliferación de las benditas batucadas y el uso de las escandalosas bubuselas. Le han impartido aires de carnaval a una fiesta religiosa en honor a un mártir dos veces. Le dan de comer a muchos de mis estudiantes del Conservatorio, pero han desvirtuado la naturaleza de estas fiestas desde que comenzaron a patrocinar las ofertas musicales, en gran escala.
- los que por cada pasillo o zaguán, montaron bares a domicilio.
- los artesanos de ocasión, o sea a los fabricantes de chunches que se mezclan con los artesanos, que toda la vida han defendido las artes populares, versus estos que hacen adornos de trenzas y collares de cuentas o pulseritas tejidas.
- to’ pájaro que sube y desconoce el origen de esta fiesta de vecinos y piensa que son el cierre de las Navidades más largas del mundo con tema musical corto.
- los padres y la machina que montan para recoger a los muchachos con todo y sus borracheras, en horas de la madrugada, en algún punto de la salida del Viejo San Juan.
- los que han impulsado la prostitución del nombre de las Fiestas y se han dado a llamarlas Sanse que se dan en el finde… Se pasa mucho trabajo en enseñar los principios de la gramática española para ver como se van por los rotos de las alcantarillas con estos mal llamados modismos. Para colmo la bendita compañía de refrescos divide mal las palabras, como felicidad y abrevia el nombre de las fiestas a San Seb. Esto es una gran falta de respeto y a son de saetas (y no las de Semana Santa) debería acabarse esta práctica para el año que viene.